Necesitamos un tratado mundial sobre plásticos ahora ya

El Protocolo de Montreal logró que las sustancias químicas que gastan la capa de ozono se eliminaran de forma gradual. Deberíamos copiar esta medida para enfrentar la crisis del plástico.

Por Alejandra Parra, asesora de GAIA para Latinoamérica y el Caribe y Claire Arkin, directora de comunicaciones de GAIA Global.  Traducción de la publicación de Foreign Magazine: The Time for a Global Plastics Treaty Is Now

Recicladores hurgando en busca de artículos en el vertedero de Dandora, en Nairobi. TONY KARUMBA/AFP VIA GETTY IMAGES

En septiembre de 1987, cuando los dirigentes mundiales se reunieron en Montreal para debatir el deterioro de la capa de ozono, la ciencia ya lo tenía claro. Los peligros del creciente hoyo en la capa de ozono sobre el Ártico, descubierto apenas 13 años antes, no se limitarían a una molesta quemadura de sol. Era necesario intervenir, y rápido.

El Protocolo de Montreal estableció eliminar gradualmente la producción y el uso de casi 100 sustancias químicas sintéticas que se demostró debilitan la capa de ozono, como los hidroclorofluorocarbonos. Desde entonces, dicho protocolo ha sido proclamado como un modelo de política medioambiental internacional de éxito.

Desde su ratificación, las partes del tratado han eliminado el 98% de las sustancias que agotan la capa de ozono respecto a los niveles de 1990. Se prevé que la capa de ozono se recupere tan pronto como en 2050. Además, se proyecta que el protocolo evite un aumento de hasta 0,5 grados centígrados del calentamiento global para el año 2100, lo cual viene a ser la mayor contribución a los objetivos del Acuerdo de París hasta el momento. El ex Secretario General de la ONU, Kofi Annan, calificó el Protocolo de Montreal como “quizás el acuerdo internacional más exitoso hasta la fecha”.

Hoy, la comunidad internacional tiene la oportunidad de negociar un acuerdo similar para regular el plástico. Esta semana la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEA) se reúne en Nairobi para negociar un mandato que permita elaborar un tratado mundial sobre el plástico. Incluso más que en 1987, la ciencia está sumamente convencida de que ha llegado el momento de actuar. Numerosos estudios han demostrado el daño que el plástico causa tanto en la salud humana como en el medio ambiente.

Océanos y vertederos están ya inundados de plástico. Está en nuestra comida, en el agua potable, en el aire, en nuestros cuerpos. Es tiempo de que las autoridades imiten el Protocolo de Montreal y creen un tratado jurídicamente vinculante que aborde todo el ciclo de vida del plástico y su repercusiones en todos los entornos.

La contaminación plástica no es sólo un problema de desechos en el mar, es una crisis que golpea al planeta a un nivel devastador, desde su producción hasta su eliminación. Más del 99% del plástico se fabrica con combustibles fósiles, y durante el proceso de producción se emite otra serie de sustancias químicas tóxicas. Una vez que el plástico llega a las tiendas, los consumidores se exponen todavía a más peligros para su salud: Cada vez hay más consenso científico en que las sustancias tóxicas de los envases de plástico se cuelan en lo que comemos y bebemos, en el aire e incluso en nuestros cuerpos. Mientras tanto, los residuos plásticos suelen terminar en vertederos, quemarse en incineradoras, o enviarse a otros países

En los últimos años, el debate en torno a un tratado mundial vinculante sobre el plástico se ha intensificado. Se planteó por primera vez por un grupo de expertos de la UNEA en 2017. Desde entonces, se ha llegado a un consenso cada vez mayor de que el problema, aunque sea enorme, puede abordarse mediante instrumentos jurídicos. La eficacia del tratado, sin embargo, dependerá de su alcance: Para tener éxito, debe cubrir las repercusiones que tiene todo el ciclo de vida de los plásticos, desde su producción hasta su eliminación.

El impulso a favor de este tratado continúa creciendo. Ruanda y Perú presentaron una resolución sólida que ha obtenido el apoyo de 60 países. El 11 de febrero, Estados Unidos, Canadá, Francia y Corea del Sur también publicaron breves declaraciones pidiendo un tratado que cubra el ciclo de vida completo del plástico. Para Estados Unidos, que declaró que se oponía inequívocamente a un tratado sobre los plásticos en una reunión de un grupo de expertos en 2019, esto es un cambio radical. Hasta miembros destacados de la comunidad empresarial, como Coca-Cola y PepsiCo, han respaldado esta iniciativa.

Las negociaciones de la UNEA se basan en un sistema de consenso, por lo que es de esperar que, al final de la reunión del 2 de marzo, todas las partes firmen un texto final. En vista del amplio apoyo de la comunidad internacional a los principios fundamentales de la resolución Ruanda-Perú, nos sentimos cautelosamente optimistas de que los resultados serán una victoria histórica, al igual que el Protocolo de Montreal.

Para que sea eficaz, el tratado mundial sobre los plásticos tiene que ser vinculante. No hay fronteras nacionales para el plástico, y cada vez hay más residuos que llegan a la costa. Por ejemplo, entre enero y agosto de 2020, Estados Unidos envió 44.173 toneladas de residuos plásticos (equivalente a unas 300 ballenas azules) a países latinoamericanos. La Unión Europea, que por un lado ha liderado la prohibición de los plásticos de un solo uso dentro de sus fronteras, sigue enviando gran parte de sus residuos a países en vías de desarrollo a pesar de que ciudadanos y comunidades del sur global exigen un mayor grado de responsabilidad. El plástico se está acumulando en todo el mundo, por lo tanto, a todos los países les toca participar del tratado, para que ninguno sea tratado como el vertedero de otro. 

Esta es una lección que el Sur Global ha aprendido a la fuerza, pues son de los países más afectados por la contaminación plástica y donde el costo de la infraestructura centralizada de gestión de residuos es a menudo prohibitivo. Por esto, muchas partes de América Latina, África y Asia están a la cabeza en el desarrollo de políticas que reducen la producción y los residuos de plástico. Chile, por ejemplo, aprobó en mayo de 2021 una histórica ley contra los envases de plástico de un solo uso. En África, la mayoría de los países cuentan con una legislación destinada a reducir la producción de plástico o a regular su eliminación.

En la práctica, un acuerdo vinculante debería incluir apoyo financiero y técnico para que cada país participante pueda cumplirlo. En cierto modo, esto puede entenderse como una reparación climática pagada por los grandes productores de plástico a aquellos países menos responsable, pero a menudo más injustamente afectados por la contaminación. El Protocolo de Montreal contaba con un mecanismo similar a través del Fondo Multilateral, que proporciona a los países en desarrollo fondos y asistencia técnica para cumplir con las obligaciones del tratado. Cabe destacar que todas las administraciones estadounidenses han aportado dinero al Fondo Multilateral, incluso aquellas que se han opuesto a los acuerdos medioambientales internacionales.

Lo que queda por verse es si la comunidad internacional está dispuesta a asumir la incómoda verdad sobre el plástico: que no podemos limitarnos simplemente a reciclarlo. También tenemos que reducirlo de manera drástica. Cuando en todo el mundo muchos empezaron a exigir energía limpia, las empresas de combustibles fósiles incrementaron masivamente la producción de plástico para conseguir fuentes de ingresos más estables. Se estima que la producción de plástico va a duplicarse de aquí a 2050, y que las emisiones de este material representarán por sí solas entre el 10 y el 13% del presupuesto mundial de carbono que resta para alcanzar el objetivo de 1,5 grados centígrados establecido en el Acuerdo de París. Una ley internacional que ponga un tope a la producción de plástico no solo vencería la crisis de contaminación, sino que también podría ayudar a mantener este emblemático acuerdo.

Lamentablemente, ya hay intentos de debilitar el mandato de un tratado mundial sobre plásticos. Japón presentó una resolución que utiliza el ya desacreditado enfoque de tratar la crisis del plástico como un problema de gestión de residuos. En enero, India también presentó una propuesta aún menos sofisticada donde sugiere que la comunidad internacional debería detener el tratado sobre plásticos. Las razones para frenar los avances son nefastas. India tiene una gran industria petroquímica, y su actual gobierno está muy a favor de las grandes empresas. Por su parte, Japón es el segundo mayor consumidor de plástico y ha utilizado su influencia en la región de Asia-Pacífico para instaurar proyectos de incineración de residuos a través de la financiación del desarrollo, a pesar de que la sociedad civil se opone férreamente.

La buena noticia es que hasta ahora estas propuestas han recibido el mínimo apoyo de la comunidad internacional. Pero las cosas podrían cambiar una vez que los delegados lleguen a la mesa de negociaciones y salgan las chequeras. La industria del plástico también está intentando perturbar las negociaciones desde la sombra, presionando para que se adopten enfoques fallidos, como el llamado reciclaje químico y los procesos de conversión de plásticos en combustible, que sólo sirven para permitir la continuidad de la producción. La sociedad civil estará muy atenta para exigir que los países cumplan los compromisos asumidos, especialmente los que tienen las mayores huellas de plástico, como Estados Unidos y Canadá. Los países en desarrollo y anteriormente colonizados también deben detener la importación y el uso de la mayoría de los plásticos, sus comunidades son las que más sufren los daños de los residuos plásticos.

Esta semana, los delegados de todo el mundo tendrán la oportunidad de adoptar medidas decisivas y demostrar que la diplomacia internacional sigue siendo un instrumento eficaz. Un tratado mundial sobre los plásticos puede contrastar con lo ocurrido en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático celebrada el año pasado en Glasgow (Escocia), en la que (una vez más) la esperanza se desvaneció porque los compromisos nacionales sobre el cambio climático no estuvieron a la altura de la urgencia de la crisis. Muchos ciudadanos del mundo, especialmente los jóvenes, han empezado a desesperarse porque la política internacional no está respondiendo a su promesa de garantizar un mejor futuro a las próximas generaciones. Esperamos que la UNEA le demuestre al mundo que el sistema jurídico internacional puede unirse y actuar en un momento urgente. 

Alejandra Parra es la asesora para basura cero y crisis plásticas de GAIA en Lationamérica y el Caribe. Es bióloga especializada en manejo de recursos naturales con un magíster en planificación. Tiene 20 años de experiencia como defensora del medio ambiente. Vive en Chile. 

Claire Arkin es la directora de comunicación de GAIA Global. Ha trabajado en campañas comunicacionales de justicia social durante la última década.