Como la esperanza, somos tercos, no pesados.

Magdalena Donoso, Coordinadora de GAIA América Latina

Alguien dijo alguna vez que la naturaleza ha estado operando el modelo más antiguo y exitoso de todos. Qué duda cabe. Y esa persona agregó que para alcanzar la sustentabilidad, los seres humanos tendremos que aprender algo muy sencillo, que está en nuestro centro como especie que cohabita con otros en este planeta: “actuar naturalmente”.

¿Qué nos pasó? ¿Cuándo nos alejamos tanto de nuestra naturaleza más primigenia que ya no sabemos cómo volver? Cada vez que reflexiono sobre esto llego a la misma causa, supongo que por eso se habla de causa estructural. En alguna discusión una vez alguien me dijo entre risas y en serio: es que para ti el sistema tiene la culpa de todo. Pues sí, creo que el modelo económico en que vivimos, que convierte hasta el amor en mercancía, es el causante de nuestros males. En nombre de él y su lógica hemos perdido nuestra conexión con las cuestiones más esenciales: el respeto y la consideración por los demás, el amor y el respeto por los ritmos de la naturaleza y sus habitantes, el amor por las ciudades y su patrimonio, por mencionar algunas cosas que me hacen especial eco. Todo en nombre de un desarrollo que, por si fuera poco, nos hace muy infelices.

En esa línea de los múltiples despojos asociados al modelo, parte esencial de una lógica de mercado como la que vivimos a nivel global es desarticularnos. Es lo primero que hacen las dictaduras y los regímenes autoritarios en general y una de las cosas que luego más cuesta recuperar: rompen en pedazos el tejido social. Creo que por eso cuesta tanto identificar en nuestros países lo que llamamos “democracia”, porque funcionando en una lógica de mercado, encarnan una contradicción vital.

Desde la soledad, la falta de sentido y la desarticulación, nos debilitamos y perdemos esa herramienta única de transformación como es el movimiento ciudadano, la organización comunitaria, la conexión con otros en nuestros ámbitos locales y en el mundo, y que nos enriquecen y animan con sus visiones y formas de acción y resistencia.

Cuando se trata de la basura, tema al que algunos nos dedicamos con un incomprensible amor, no puedo dejar de pensar en las palabras de un Alcalde de un pequeño pueblo en el País Vasco: “nuestra mejor tecnología es la comunidad”. Su pueblo sostuvo una feroz lucha contra la instalación de un incinerador para la ciudad, y en apoyo al plan de basura cero que impulsaban para derrotar el proyecto millonario que se imponía. La utilizo hasta el cansancio porque es un resumen tan brillante de lo que buscamos cuando hablamos de Basura Cero. Ese pequeño pueblo ganó esa batalla desigual, a punta de unión, organización y acción.

La clave para fortalecer el poder transformador de nuestro quehacer es estimulando el sentido de pertenencia y compromiso de las comunidades, aportando en la construcción de gobernanza colectiva, reconociendo liderazgos, levantando información y construyendo estrategias con y desde los territorios, promoviendo alianzas y redes a nivel nacional, amplificando los logros, luchas y acciones.

Los ciudadanos no somos responsables de la crisis de los residuos: la causa original son los hábiles mecanismos que vinculan el consumo con el éxito y la felicidad -la obsolescencia programada y percibida-, el despilfarro, la economía del descarte. Y la propaganda, la desinformación, una educación de penosa calidad, todo confabulado para embrutecernos hasta lo inimaginable. Parte de nuestro trabajo desde GAIA es transmitir e inspirar desde la simpleza sobre la necesidad de mirar el mundo y las dinámicas que nos rodean de manera crítica, y sobre la urgencia de trabajar por transformar la forma en que el modelo enfrenta los desafíos, hasta un punto donde construyamos, juntos, otro modelo. Nuestra responsabilidad principal más bien radica allí, en buscar las formas de transformar lo que creemos que está mal, no solo en cambiar un par de hábitos aislados.

Las recetas exitosas vienen de quienes son protagonistas de sus propias historias, y el éxito en la ejecución de esas recetas está condicionado por el nivel de participación que haya habido desde su gestación. Una pequeña red es el comienzo del tejido de otra red que finalmente deviene en un movimiento regional y mundial. Uno de los más grandes privilegios que me ha dado la vida es este espacio de los residuos cuyos pulmones transformadores y oxigenados son esa gran interconexión a la que todos y todas ustedes –miembros y aliados de GAIA de América Latina y el Caribe y de todos los continentes- dan vida.

Entre esos motores, están los recicladores. Hace tres años yo participaba de un encuentro de recicladores en Chile, solo como observadora en una mesa de trabajo. Una mujer graciosa, inteligente y coqueta contaba cómo había comenzado su aventura de reciclar, esperando encontrar en el vertedero unas tortas dulces que ella sabía que servía una línea aérea y que ella nunca podría probar si no era escarbando en ese lugar. Y sobre cómo se miraba a sí misma joven y coqueta, y eso confrontado con las manos en llagas y su rostro resquebrajado por el sol inclemente. Cuando la conocí su vida era distinta, trabajaba en una cooperativa y era parte de un movimiento nacional de recicladores.

Hoy, reflexionando sobre la importancia de las redes, la recordé, pues en su lucha se encarna toda esa grandeza y fuerza que tenemos los seres humanos para la conquista de nuestros derechos y los derechos de la naturaleza. Y es una grandeza que crece y se fortalece cuando es compartida, cuando es en red, cuando somos ella y yo reunidas para conspirar, una conspiración profunda, ética y amorosa.

La receta del triunfo tal vez es menos complicada de lo que creemos, la certeza que tengo es que el sendero se abre cuando caminamos tomados firmemente de la mano.